Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado
Jesús dijo a sus discípulos: Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
El Señor nos invita a corregir al hermano que ha caído en falta, pero el nos pide hacerlo el privado, a fin de que sepamos primero que motivos tuvo. Si ocurre que nuestro hermano no acepta o no nos escucha, trataremos de corregirlo junto a otros hermanos y si no resulta esto, ya en caso extremo tratamos de corregirlo a través de la comunidad, pero el Señor también es muy claro, dice corregir, no dice juzgar.
En efecto, al corregir, cuidémonos de no juzgar. El pecado más grande que cometemos, es juzgar al prójimo, ¿existirá algo peor?.. Si tenemos la convicción de que Dios habita en el corazón de los hombres, ¿Quién es el más próximo a nosotros? Para algunos el pecado es la infracción a la Ley, pero no es solo eso, sino el rechazo de la voluntad de Dios, el vivir a espaldas de Dios, la disposición mental que lleva al pecador a hacer la propia voluntad en oposición a la de Dios. ¿Hay algo que moleste más a Dios que oponerse a su voluntad? ¿Tiene derecho el hombre asumir la responsabilidad de Juzgar a su prójimo?
Que fácil es criticar, juzgar y de esta forma llegar a despreciar a los demás. Se critica censurando negativamente a las personas y sus actos, se juzga a las personas valorando sus acciones o sus condiciones y se emite un dictamen o sentencia sobre ellas pensando que se tiene autoridad para ello, desde allí, el desprecio al criticado y juzgado es el paso siguiente. Sin embargo juzgar es un pecado grave.
Jesucristo mismo ha dicho: Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver claro para sacar la paja del ojo de tu hermano (Lc 6, 42). Las faltas y los pecados que más conocemos íntimamente, son los nuestros, y nosotros sabemos mejor que nadie lo soberbios que somos. También sabemos cuales son las cosas buenas que hacemos. Así mismo, conocemos el fariseo que llevamos dentro. (Lc 18-11)
Entonces no existe nada más grave, que juzgar o despreciar al prójimo. ¿Por qué mejor no nos juzgamos a nosotros mismos, ya que conocemos íntimamente nuestras faltas, pecados y defectos, de los cuales sabemos que deberemos rendir cuenta a Dios? ¿Para que pretender hacer lo que le corresponde a Dios al juzgar a los hombres? ¿A caso, a nosotros nos corresponde autorizar o cerrar las puertas del cielo a los hombres?
Si bien es cierto nosotros hacemos bien en llevar el mensaje de salvación a nuestro prójimo, es una preocupación muy agradecida, tenemos que preocuparnos por nosotros mismos, por nuestras faltas, nuestras propias miserias. Sólo a Dios le corresponde el juzgar, hacer justicia y condenar. El conoce el estado del alma de cada uno, El sabe de nuestras fuerzas, a El le consta nuestro comportamiento, El sabe cuales son nuestros dones, y nos va a juzgar a cada uno de forma diferente.
La corrección fraterna, no es un juicio, es una observación, un consejo de profundo amor y delicadeza, un deseo verdadero de salvar al hermano, buscando que esta se transforme en delicada fraternidad, donde este presente el amor para oír y comprender.
No debemos ser autoritarios para corregir, tampoco debemos hacerla con hipocresía ni escudándonos en frases de buena crianza, algo que es habitual, comenzamos disculpándonos por hacerla, algo que no hace falta.
No debemos tratar de deshogarnos, solo buscar el bien del hermano. Tampoco es buena la actitud paternalista ni menos la que se hace por sentirse con el derecho o el poder de corregir, sino que por amor.
Tampoco debemos caer en el hecho de que nos sentimos mejor que el hermano que estamos corrigiendo, es decir es bueno tener siempre presente que yo tampoco puedo tirar la primera piedra; y que si corrijo al hermano es por hacerle el regalo de un sentimiento mío negativo que me cuesta expresar (me resultaría más cómodo y fácil callar), pero que, al compartirlo aclarará nuestra relación y estrechará, a la larga, lazos más fuertes.
Debemos cuidarnos de no decir tu siempre haces esto, tu tiene que hacer esto otro, o tu tienes que actuar de esta manera, es mejor, siempre que sea así de sincero, “me causa dolor cuando te veo en esta actitud o sufro porque te veo caer en tal cosa, a fin de mostrar verdadera inquietud por el hermanos que deseamos ayudar a corregir.
Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Jesús nos pide la oración en común, nos invita a orar juntos, nos están pidiendo unidad y acuerdo, sin embargo debemos preguntarnos ¿Por qué nos cuesta tanto ponernos de acuerdo? Estar de acuerdo es lo que mas nos hace falta, especialmente si estamos comprometidos con trabajar por el Reino de Dios.
Ponernos de acuerdo para orar, significa que hay unidad espiritual, por amor de un mismo Espíritu, motivados por la misma caridad, con hermandad para alabar a Dios Padre, y mucho provecho para el prójimo. Por tanto, fieles a lo que nos pide el Señor, no excluyamos a nuestros hermanos, en otras palabras, si alguien esta solo, integrémoslo y acordemos orar en conjunto, por nuestra amistad y nuestras necesidades.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.
También nos dice Jesús, “donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”. Dos condicionantes no pone el Señor, primero que estemos reunidos, y para esto hace falta unidad, y segundo que nos reunamos en su nombre, y no lo hacemos por temas materiales, ni por que es simpático juntarse, lo hacemos por hemos sido convocados por su palabra y animados por su Espíritu.
Jesús es el centro, el eje de la comunidad y, como tal, junto con la Comunidad, estará junto a nosotros rezando al Padre. Es así como estará siempre presente Jesús entre nosotros, cuando impulsados por el amor de sus enseñanzas y unidos en un mismo espíritu nos unimos en oración, entonces entre nosotros se ubica Jesús, presente como verdadero Dios, y con esta presencia todo lo bueno se puede esperar, porque aunque la oración privada y personal es buena y necesaria, la oración colectiva tiene una fuerza inmedible, pero orar bien para que sea escuchada, y para que se haga bien, la unidad, el acuerdo entre nosotros y la caridad debe esta presente.
De corazón
Pedro Sergio
martes, 11 de agosto de 2009
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