sábado, 22 de agosto de 2009

JUAN 6, 60-69

Este modo de hablar es duro

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: -Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?-

Como apóstoles de Jesús, tenemos necesidad de preguntarnos, ¿Es, la palabra del Señor dura?, ¡Cuán dulce al paladar me es tu promesa, más que miel a mi boca! (Salmo 119)¿Es duro mi corazón?, ¿Quiero de verdad oír a Jesús? ¿No es acaso la palabra del Señor luz para mi caminar?, Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero. (Salmo 119)

¿O es que sentimos que el lenguaje de Jesús es duro porque nos resulta difícil de aceptar, sobre todo por las consecuencias que involucra?

Anhelo tu salvación, Señor, tu ley hace mis delicias. (Salmo 119)

¿Esto os hace vacilar?

Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: -«¿Esto os hace vacilar?. “¿Y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?

El Señor me conoce en lo más profundo, Él sabe, de mí, como cuando le dice Natanael: -¿De qué me conoces?- Le respondió Jesús: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.” (Juan 1,48). Jesús lee nuestro corazones, por eso nos pregunta -¿Esto os hace vacilar?,. ¿Qué le vamos a responder hoy?

Los discípulos lo criticaban, le parecen que las afirmaciones de Jesús son ilógicas, difícil de creer y aceptar desde el punto de vista humano. El Señor les dice a sus discípulos que hay que creer en el en ese minuto que están con él, no después de la ascensión al cielo, porque sí así fuera, no estaban aceptando su origen divino.

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.” Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: - «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

El Evangelio nos está afirmando que la carne de Jesús es tan real como es la verdad eucarística. Ambas tienen para nosotros el mismo resultado, darnos vida. Por eso debo preguntarme ahora si estoy dispuesto a abrir mi corazón y mi espíritu al Espíritu Santo.

“He aquí que el Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1, 35)?” Quiero repetir como la Santísima Virgen María: “Hágase en mi según tu Palabra. (Lc 1, 38)

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Esto no fue sorpresa para Jesús y tampoco es sorpresa sobre los que se alejan hoy, el conoce a los hombres. Optar por Jesús, es algo que no podemos darnos nosotros mismos, por eso le dice a sus discípulos: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.”

Somos libres de aceptar o rechazar a Dios y a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo.

“¿También vosotros queréis marcharos?”

Entonces Jesús les dijo a los Doce: - ¿También vosotros queréis marcharos? Simon Pedro le contestó: - Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

Esta pregunta debe llegar a nuestro corazón y es necesario responderle desde nuestro interior si optamos por él o lo dejamos. Junto a Pedro, repitamos “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”

Reconozcamos nuestra fragilidad de corazón sin miedo y cada vez que vayamos a vacilar, Señor, ¿a quién vamos a acudir?

Señor, hemos recibido tanto de Ti, hemos oído y reflexionado tu Palabra, no quiero ni murmurar ni vacilar, no quiero cerrarme y dejarme dominar por la incredulidad, por nada quiero abandonarte, no quiero mirar ni dar un paso atrás, al contrario, quiero ir con contigo y quiero en el silencio del corazón decirte mucha veces: "Señor, ¿a quién vamos a ir, sino a ti?!". Heme aquí, Señor, que voy…

De corazón

Pedro Sergio

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