domingo, 20 de septiembre de 2009

MARCOS 9, 30-37

Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”.

Jesús nos habla en este relato sobre el conclusión de su misión por la tierra, donde va a ser entregado en manos de los hombres, lo mataran y luego de tres días resucitará. Todo esto esta preparado por Dios para que así sea, y de este modo después de un recorrido de dolor de su Hijo, alcanzar la reconciliación con el mundo. El signo eficaz de esto será la resurrección de Jesús.

El relato no dice que: Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Jesús se preocupa de formar y preparar a su discípulos, sin embargo estos no entienden, y más encima, no requieren aclaraciones, a mi me parece que no es por falta de interés, sino por el falso orgullo de los hombres que sufren de miedo si les descubren su ignorancia. ¿Pero acaso es necesario saberlo todo?.

Pero también es cierto, que el temor de preguntar podía venir por la huida de la cruz, y talvez consideraron ante su incomprensión, que era preferido no hablar de este tema. Sin embargo llama la atención que ellos van discutiendo quien sería el mas importante, “concepción del hombre terreno, huir del sacrificio para procurarse, en cambio, un poco de gloria y asegurarse un puesto elevado por encima talvez de los otros”. (Intimidad Divina)

Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó:“,De qué hablaban en el camino?”. Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

Ellos no responden, descubren que sus pensamientos no son agradables a Jesús, es el silencio de los que se sienten culpables, porque en el camino discutían sobre quién fuese el más grande. La conciencia absolutamente terrena que alaba el éxito personal y lo persigue a toda costa. ¿Falta de humildad?, algo que no es fácil, es saber si nosotros estamos confundidos, porque podemos ser humildes de aspecto, pero no de corazón y en forma oculta, buscamos notoriedad, y reconocimiento a lo que hacemos, que nos elogien y eso nos encanta, claro, nos halaga la vanidad. Por cuanto para aprender a vivir en humildad, debemos tener conciencia que donde hay vanidad, hay tierra de cultivo para los defectos.

Para vivir en humildad, no tratemos de ocultarle nuestros pensamientos a Dios, ni nuestros defectos, ni nuestras debilidades, al contrario, dejémosle que el nos enseñe por medio de ellas. Haciéndole ver a Dios nuestra bajeza, reconocemos en El su grandeza, y para aprender a ser humildes y vivir en ella. Cuando somos capaces de reconocer ante Dios todas nuestras falta, nuestros errores, el va de inmediato en nuestra ayuda.

Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. (Filp. 2,2 3-4)

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado”.

El pensamiento nos juega a veces una mala pasada, excitando pasiones por la codicia de la gloria, como les sucedió a algunos discípulos, entonces les vino en el pensamiento la idea de preguntarse quien de ellos sería el mayor o el más grande. Parece que esta pasión nace cuando en una ocasión no pudieron curar a un endemoniado y se culparon entre ellos la impotencia de unos a otros. En otra ocasión ellos habían visto que Pedro, Santiago y San Juan, habían sido llamados aparte y llevados al monte.

Pero Jesús, conocía perfectamente bien el corazón de sus íntimos amigos, conocía lo que pensaban y lo que sentían y se daba cuenta lo que ellos planeaban y tramaban en su interior. Jesús, que sabe muy bien como salvar a los hombres de las caídas, cuando vio que se suscitaba esta idea en la mente de sus discípulos como un germen de amargura, antes que tomase incremento, la arrancó de raíz. Es así como conociendo sus pensamientos, sentándose, llamó a los Doce, tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado”

El niño tiene el alma sincera, es de corazón inmaculado, y permanece en la sencillez de sus pensamientos, el no ambiciona los honores, ni conoce las prerrogativas, entendiéndose esto por el privilegio concedido por una dignidad o un cargo, tampoco teme ser poco considerado, ni se ocupa de las cosas con gran interés. A esto niños ama y abraza el Señor; se digna tenerlos cerca de sí, pues lo imitan. Por esto dice el Señor (Mt 11,29): "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón".

Dos enseñaza muy claras, nos dejo aquí Jesús, una que enseña simplemente que los que quieren ser más grandes deben recibir a los pobres de Cristo por su honor, y otra los exhorta a ser párvulos en la malicia.

El mas grande será quien reconozca su más grande indigencia ante Dios, y será mayor quien más ame al humilde.
Y a pesar de todos los errores que tenemos, Cristo nos busca y nos elige, no porque somos buenos, sino porque el es bueno y nos ama al extremo y espera que nosotros cambiemos. Dios nos pide cambiar y espera que seamos hombres buenos, como su Hijo Jesucristo, “mansos y humildes de corazón.”

Para ser humildes de corazón como Cristo, tenemos que abandonar nuestra vida y dejar que El viva en nosotros, “y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”, (Gal. 2,30). Y orando a Dios debemos pedirle su ayuda para sentir la humildad del corazón de Cristo, “Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús” (Rom 15,5.)

La oración es la llave para abrir la puerta que le permite a Dios trabaje en nuestra vida, y para que haga su obra en nosotros, tenemos que ser humildes en todo, para dejarnos someternos por El y sentir que somos en todo, dependientes de EL, con un absoluto reconocimiento de la necesidad de El. “Todo el cimiento de la oración va fundado en humildad, y mientras más se abaja un alma y se empequeñece en la oración, más la ensalza Dios (Santa Teresa, «Moradas Séptimas», 4, 9.).

La ganancia de la humildad, es la amistad de Dios, “Vivamos con Dios como con un amigo” nos enseña la Beata carmelita Isabel de la Trinidad. En efecto, el aprecio y la estima de Dios, tiene mucho más valor que vivir preocupado de la autoestima si se es humilde. La perdida de nuestro orgullo, es beneficio para el alma, “Para vencer el orgullo: matarlo de hambre. Mira, el orgullo es amor propio. Pues bien; el amor de Dios debe ser tan fuerte que anule por completo nuestro amor propio.”(Beata Isabel de la Trinidad).

La virtud de la humildad es un gran regalo de Dios. La humildad nos permite ser su amigo y que Cristo viva en nosotros, por lo cual debemos agradecerle siempre. Esta es la gracia que nos va a estar siempre transformando en otros Cristos. Sale el alma tan gananciosa, que el demonio no osa volver otro día para no salir con la cabeza quebrada (Santa Teresa de Jesús, C 12, 6).

De Corazón

Pedro Sergio

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