Jesús entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a sanar a su servidor.
Jesús, con su natural inclinación por hacer el bien, El que es todo compasión y bondad, lleno de amor por los hombres empezó a recorrer toda la Galilea; enseñaba en las sinagogas de los judíos, proclamaba la Buena Nueva del Reino y curaba en el pueblo todas las dolencias y enfermedades. Su fama se extendió por toda partes, la gente le traía todos sus enfermos y cuantos estaban aquejados por algún mal: endemoniados, lunáticos y paralíticos, y El los sanaba a todos. Seguramente, todo esto la había oído el Centurión y envía a unos ancianos judíos para rogarle. El Evangelio, no menciona de que estaba enfermo el sirviente del centurión, solo dice que “estaba a punto de morir.” Ante la urgencia de la súplica, Jesús no duda en atenderlo. Jesús, siempre nos atiende, no tengo ninguna duda.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: “Él merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga”. Jesús fue con ellos.
Jesús fue con ellos, esto nos dice que él recibe la invitación con agrado, y, diciendo que va a curarlo, se pone en camino con ellos a casa del centurión, probablemente un hombre temeroso de Dios (Mt 23:10). También debió ser una persona honrada y humanitaria. Cerca de la casa, el Señor se encontró con una representación de amigos del centurión y enviados por él, estos le dijeron a Jesús: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa y agrega además: “Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará” También, ni él se creyó digno de ir personalmente a suplicárselo. Y los “amigos” dicen a Jesús las palabras que Mateo pone en boca del centurión: que si él manda a sus subordinados, mayor es el poder de Jesús.
En la fe del centurión hay una dosis de humildad y otra de confianza, Jesús se fija más en este detalle: “Señor, no te molestes, porque no soy digno”, que en las palabras de los ancianos que lo recomendaron: “Él merece que le hagas este favor”. Siempre es más eficaz, dirigirle al Señor palabras humildes y sinceras, que recomendaciones interesadas.
“Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente.
En la humildad del centurión, que no se considera digno de que Jesús entre en su casa, se presiente la acogida de los gentiles al “mensaje” de Jesús, como se ve en los Hechos de los Apóstoles. San Ambrosio afirma que esa fe representa al pueblo pagano, que se hallaba aprisionado por las cadenas de la esclavitud al mundo, enfermo de pasiones mortales, y que había de ser sanado por la bondad del Señor.
Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
La gran fe del centurión, nos da un gran ejemplo y en esta curación del siervo del centurión, Jesús se contenta con la palabra y responde así al elogio de la eficacia de la palabra pronunciada por el centurión, cuando éste último invita a Jesús a valerse únicamente de su palabra para realizar la curación.
Todos los días nos pide Dios que tengamos fe en su Palabra. Me invita este relato, a amar la Palabra de Dios. ¿Por que amar la Palabra de Dios?, es una pregunta sencilla, y la respuesta es igual de simple, Las Sagradas Escrituras, es la Palabra de Dios, es el mensaje de Dios al hombre, no importa quien, es decir esta dirigida a toda persona. ¿Para que?, para que a través de esta Palabra, el hombre conozca íntima y personalmente a su Padre del Cielo, que es nuestro Dios, a fin de que encuentre a Jesucristo Nuestro Señor, y de este modo viva para Dios y no para si mismo. ¿Como debemos leer y comprender la Palabra de Dios?, podemos decir que “tal como es”, debemos leerla y acogerla en la fe, además de comprenderla bajo la hermosa acción del Espíritu Santo, sabiendo que es una Palabra de Dios y que nos conduce a Dios.
De Corazón
Pedro Sergio
lunes, 14 de septiembre de 2009
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