“El que reciba a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe también al que me ha enviado. En realidad el más pequeño entre todos ustedes, ése es el más grande”.
¿Porque ser como un niño y hacerse pequeño? El niño es un ser débil y humilde, que no posee nada, no tiene ambición, no conoce la envidia, no busca puesto privilegiados, no tiene nada que decir en la codicia de los adultos, el niño tiene conocimiento de su pequeñez y su debilidad. Es así como nos hace saber Jesús, que el más pequeño será el más grande ante el Padre, como vemos, de nada importa el nivel, la jerarquía o el rango y papel que se desempeñe en la sociedad.
El niño al igual que el pobre recibe con alegría lo que se le entrega cuando su necesidad depende de los demás. Ese es el sentido de ese “hacerse como los niños”, hacerse humilde y sencillo de corazón, empequeñecido en la sociedad respecto a los puestos de jerarquía, esa es condición de Jesús para seguirlo, “El que no renuncie a si mismo, no puede ser mi discípulo”
Tenemos claridad que esa es nuestra situación ante Dios, es así como Jesús quiere que sus discípulos, sus apóstoles, y todos nosotros seamos receptivos, sencillos y humildes, con capacidad o disposición favorable para recibir y aceptar y la grandeza espiritual en el servicio que El nos pide, esta es la conversión que nos hará distintos y nos transformará en niños, pero al igual que ellos, entendiendo que la que la niñez espiritual es una actitud interior de dependencia y confianza en el Señor y todo esto, debemos hacerlo con gestos concretos en el servicio a los más humildes, porque en cada pobre esta Cristo y el que acoge a uno acoge a Jesús.
En efecto, no olvidemos, que el que acoge al indefenso, al humillado, al marginado, esto es, todo lo que hacemos por un hermano los hacemos también por Cristo.
Ser como niños, es suprimir en el corazón la ambición y muchas veces esa envidia por querer un puesto mayor, Pero la humildad no resulta fácil para muchos de nosotros, porque ello implica renunciar a ciertos deseos de poder, de dominar lo que erráticamente creemos necesitar, por tanto el ejemplo que nos dio Jesús en el niño es esa humildad como manifestación pura que tiene la infancia al estar exento de poder, pero si necesitados de un cuidado amoroso. Confiemos esta protección a Dios y recordemos que por mucha edad que tengamos, jamás dejamos de ser niños para nuestra madre, es así como confiemos en María, Madre de Dios y Madre Nuestra, pidámosle a ella, ser como los niños que espera Jesús de nosotros.
Entonces, Juan le dijo: “Maestro, vimos a uno que estaba expulsando a los demonios en tu nombre; pero se lo prohibimos, porque no anda con nosotros”. Pero Jesús respondió: “No se lo prohíban, pues el que no está contra ustedes, está en favor de ustedes”.
Jesús no autoriza esa prohibición. Si hay una delegación suya para ello en los apóstoles, también otros pueden invocar su nombre, con reverencia, apelando a su poder, lo que no es estar lejos de su discipulado, pues, al menos, está con él. Que no se lo prohíban. Quien así obró, no sólo no hablará mal de El, sino que se aproximará cada vez más a su reino, al ver el gran signo del mesianismo y del Mesías: la expulsión y triunfo sobre Satán.
Lo que ha hecho Jesús, es hacerle ver a sus discípulos que es no partidario de los celos que ellos tienen, hoy a nosotros nos dice que no debemos confundir los intereses de El Hijo de Dios, con los nuestros. Lo que nos debe interesar es la Gloria del Señor, no la nuestra.
En efecto, en algunas ocasiones nos confundimos, estamos celosos y la verdad es que estamos envidiosos, porque nos sentimos postergados, como si estuviéramos en segundo lugar, como si otros nos opacaran y nos hacen sombra y nos duele esta situación.
Lo que tenemos que hacer es actuar con generosidad, y saber ver que lo que importa en la lucha contra el mal y la maldad, sin importar quien la realiza, ni donde ni como se hace. Debemos sentirnos gozosos cuando otros están trabajando por el bien de los demás. Debemos apoyar a los que hace el bien, no envidiarlos. No debemos confundirnos, y oremos por los que en nombre del Señor trabajan por su gloria, sin preocuparnos si ellos brillan más que nosotros
De Corazón
Pedro Sergio
martes, 29 de septiembre de 2009
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