Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: “Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡
Fijando la mirada en sus discípulos, mirándolos con cariño, “míralo que te mira” y nos enciende nuestra luz interior. Así nos mira Jesús, así fija sus ojos en nosotros, para que podamos prestarle atención desde el corazón y recibir más gracia interior, más luz y su paz.
Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
Cuatro bienaventuranzas nos regala el Señor, en todas hay esperanza, una gran virtud y en ella nos salvaremos. El Señor me propone un plan de vida y libremente yo he de elegir. Las bienaventuranzas no son prometidas a los pobres porque sean pobres, lo hace porque “la pobreza es la madre de las demás virtudes; porque el que despreciare las cosas del mundo merecerá las eternas; ni puede nadie alcanzar la gloria, si poseído del amor del mundo no llega a desprenderse de él.” (San Ambrosio)
Es bienaventurado el pobre que imita a Jesucristo, quien quiso sufrir la pobreza por nuestro bien.
El Señor no llama bienaventurados por derramar lágrimas, esto lo puede hacer tanto un seguidor de Jesús como cualquier otro ser humano, pero creo que el se nos dirige como consuelo cuando experimentamos alguna desilusión como también cuando hacemos una vida de sacrificio, lejos de cualquier vicio, y porque no decirlo, por que muchas veces lamentamos ver situaciones atroces entre los hombres. Cuando la tristeza se experimenta por causa de Dios, ella nos alcanza la gracia. El que llora de este modo los males ajenos, no dejará de llorar sus propios pecados; más aún, no caerá tan fácilmente en el.
No nos fijemos en las cosas de esta vida breve, sino suspiremos por las de la eterna; no busquemos las delicias de donde nace muchas veces el llanto y el dolor, sino entristezcámonos con la tristeza que nos alcanza el perdón. “Suele suceder que encuentra al Señor el que llora; pero el que ríe no lo encuentra nunca”. (San Juan Crisóstomo)
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
¡Alégrense y llénense de gozo. Las bienaventuranzas, se resumen en la felicidad de acoger las enseñazas de Jesús que es Palabra de Dios, y se sintetiza en nuestra necesidad y decisión de adecuar nuestra vida a ella. En estas bienaventuranzas, el Señor me dice que seremos discípulos felices en la pobreza, en la sencillez, con una actitud de vida apacible, misericordiosa, dedicado a transmitir paz, preparado para caminar hacia su casa, con las manos limpias y el corazón puro.
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!”.
Bienaventuranzas y ¡Ay de ustedes!, debo elegir esto libremente, conciente que no son prometidas a los pobres porque sean pobres, y las condenaciones no conciernen a los ricos por ser ricos. Jesús elogia a los pobres porque viven en dos mundos a la vez: el presente y el teologal, y amenaza a los ricos que sólo viven en un mundo que arrastra al que lleva una vida confortable y apegados a los poseen, miran con desprecio a los que no tienen bienes materiales como ellos. Ciertamente, satisfecho de lo que posee, el rico no busca la profundidad de su ser y, por otra parte, nada le invita a hacerlo. Sobreviene un cambio, como el que nosotros vivimos, y los ricos son llevados con el mundo, exteriorizando a veces su miedo, su desesperación, su odio y su rencor.
Sin embargo, el pobre solo posee su soledad, pero si la vive con gran generosidad y entrega, esto mismo le lleva a las profundidades de la fe, en donde percibe otro mundo. Solitario dentro de este orden, él es rico de la participación en este otro orden de cuyas victorias y cuya proximidad él ya participa. Él es el revelador de este más allá que llega a través de suertes y desgracias, éxitos y fracasos, victorias y traiciones. (FGD)
Con la venida de Cristo se dan virtualmente todos los bienes, puesto que en Él halla finalmente la bienaventuranza su realización; y por Él se dará el Espíritu Santo, suma de todos los bienes. Solo el que haya puesto a Cristo en el centro de su fe, puede oír sus bienaventuranzas y evitar sus condenaciones. Nos importa seguir decididamente a Cristo con toda generosidad, con gran amor y entrega total. Cristo es mi bienaventuranza, ¡Ay de mi si no le sigo!, como ¡Ay de mi se no practico sus enseñanzas!, San Pablo dice además: ¡Ay de mí si no evangelizo! (1, Cor. 9,16) son las palabras que deben resonar en el corazón.
De Corazón
Pedro Sergio
viernes, 11 de septiembre de 2009
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