sábado, 3 de octubre de 2009

LUCAS 10, 17-24

Al volver los setenta y dos de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”

Jesús había enviado a setenta y dos discípulos, al volver, estos le exponen al Maestro el éxito de la misión y lo atribuyen a la preponderancia del nombre de Jesús.

El desplome de Satanás concuerda con la llegada del Reino, los discípulos lo han podido comprobar a través de su misión. “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. Esto es los poderes diabólicos se someten al poder del nombre de Jesús.

El poder de Jesús es un saber que nos hace apreciar el éxito ante la fuerza que puede tener el maligno. El poder de Jesús nos protege. Sin embargo hemos de tener mucho cuidado, Satanás aún no ha sido derrotado definitivamente, por tanto estamos llamados a impedir que este poder de Satanás, se practique sobre la tierra.

No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.

El motivo de la alegría no está en la seguridad de salir ilesos, sino en el hecho de ser amados por Dios. Y dice el Señor: “alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”, con lo que nos esta diciendo la importancia de estar presente en el corazón de Dios, esto nos va a garantizar la continuación de nuestra vida en el espacio de la eternidad.

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra.

Jesús, estremecido de gozo, se dirige al Padre movido por la acción del Espíritu Santo y nos observa que los sencillos son los que están abiertos al misterio y reciben la verdad de Jesús. Y es así, como Jesús alaba al Padre por el don concedido a los humildes y revela la unión de amor entre él y el Padre: “Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”

Se hace indiscutible en la gente sencilla, en los humildes y pequeños, en los pobres, es decir en aquellos que pareciera que no cuenta para nada, que la palabra anunciada por los enviados ha sido acogida más puramente que en los sabios y eruditos, que en su seguridad, se complacen en su capacidad intelectual y teológica, por tanto esta actitud les impide entrar en el eficacia dada por Jesús a la salvación.

Por tanto es posible afirmar que la misión es concebida en el evangelio como irradiación del amor que une al Padre y al Hijo. Este amor revelado a la gente sencilla, es la fuerza que destruye el mal. Los discípulos son considerados felices, porque ven y gustan ya desde ahora el amor del Padre y del Hijo. Y el Señor le asegura que: Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!.

De Corazón

Pedro Sergio

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